SEAP-IAP:

Actualidad - NoticIas de la SEAP

Fallecimiento del Dr. Juan Rosai

Juan Rosai (1940-2020), in memoriam

Por Aurelio Ariza

El 7 de julio de este año de pandemia nos ha dejado Juan Rosai, maestro de patólogos.

Justo ese mismo día, hace dos décadas y media, la navarra Ana Puras lo vistió de pamplonica y torero en los Sanfermines. También por aquellos años, en Hong-Kong, Juan y su esposa Maria Luisa Carcangiu fueron homenajeados envueltos en ropajes de emperador y emperatriz de la China. Más adelante, en el año 2011, los patólogos españoles le dedicaron en su congreso nacional de Zaragoza el más cálido, sonoro, e interminable de los aplausos y lo asediaron con fervor irreprimible a la búsqueda de autógrafos.

Estas y otras muchas ocasiones fueron testigo de cómo ciencia y carisma se habían dado cita en este hombre singular para convertirlo en un gran icono mundial de la patología quirúrgica. Pero es ahora, tras su muerte en Milán, cuando Juan Rosai, nacido en el pueblo toscano de Poppi, criado y educado en Argentina, madurado y consagrado en Estados Unidos y retornado a su Italia natal, se adentra en la categoría de mito que le corresponde en la historia de la patología. Estas líneas intentan esbozar un recuerdo, necesariamente incompleto, del que fuera mi maestro en Yale durante dos años (de 1986 a 1988) y mi mentor por siempre.

Empujada por la segunda postguerra, su familia emigró desde Italia a Argentina cuando él tenía 8 años de edad. Giovanni sufrió durante la travesía unos mareos que recordaría toda su vida. Estudiante precoz, a los 15 años Juan inició sus estudios de medicina en Buenos Aires, que concluyó a los 21. Ya durante la carrera el Dr. Eduardo Lascano le transmitió su pasión por la anatomía patológica, en la que Juan comenzaría a formarse como único residente en el Hospital de Mar del Plata, en un programa en el que el Dr. Lascano era el único patólogo. Invitado por el Dr. Lauren Ackerman, se trasladó a Estados Unidos, donde completó la residencia y cursó una fellowship en la Universidad de Washington en St Louis (Missouri), a cuya plantilla se sumó.

Con tan sólo 34 años fue nombrado catedrático y director de anatomía patológica de la Universidad de Minnesota en 1974. Tras un sabático en Bolonia y Florencia, se incorporó en 1985 a la Universidad de Yale, en New Haven (Connecticut), como director de anatomía patológica. Seis años más tarde pasó a ser jefe del departamento de patología del Memorial Sloan-Kettering Cancer Center en Nueva York. Después de ocho años en el mismo, volvió a Italia, donde desempeñó su labor profesional en Milán, primero en el Istituto Nazionale dei Tumori y luego en el Centro Diagnostico Italiano.

El Dr. Rosai describió por primera vez entidades como la histiocitosis sinusoidal con linfadenopatía masiva (enfermedad de Rosai-Dorfman), el tumor carcinoide tímico, el tumor desmoplásico de células pequeñas redondas y el tumor de células foliculares dendríticas e hizo aportaciones decisivas en relación con decenas de otras entidades.
Entre sus áreas de interés cabe mencionar el tiroides, el timo y las partes blandas, así como la hematopatología y la dermatopatología, pero ninguna subespecialidad escapó a su atención.

Fue un decidido implantador de las nuevas tecnologías diagnósticas, principalmente la inmunohistoquímica y los estudios moleculares. Su libro de texto (Rosai and Ackerman’s Surgical Pathology), traducido al castellano, el chino, el italiano y el croata, entre otros, es referente mundial. También a tener en cuenta es su obra Guiding the Surgeon’s Hand, en la que expone magistralmente su visión de la historia de la patología quirúrgica norteamericana y el crucial papel de los patólogos en el cuidado de los pacientes. Ciertamente, la contribución del Dr Rosai al bienestar de los ciudadanos de todo el mundo mediante sus consultas de casos difíciles tuvo un impacto incalculable, en particular en el ámbito del cáncer.

Entre las facetas más notables de Juan Rosai yo resaltaría una, de la cual creo que emanaban todas las demás: la de gran docente. Su brillante aproximación al diagnóstico, su pragmático enfoque de la investigación y su sencillo abordaje de las relaciones humanas venían inspirados por los principios del que busca enseñar y aclarar y no confundir y deslumbrar. Hacía lo complicado fácil, lo complejo simple, lo abstruso diáfano. Contemplaba la variación no como un pretexto para fragmentar y subdividir sino como algo a integrar en un espectro comprensible. Era más síntesis que análisis, más lumper que splitter. Fue el producto irrepetible de su visión holística de la patología quirúrgica y de la vida, capaz de descifrar el significado de los cambios morfológicos de cualquier órgano y de amalgamar una afición apasionada por cosas tan dispares como la ópera y el fútbol.

A la manera socrática, enseñaba preguntando como el que no sabe, dejando abrir puertas a la duda, desgranando perlas diagnósticas, rehuyendo aseveraciones inapelables. Y todo ello aderezado con un humor de inconfundible sabor argentino que hacía que de la sala de sesiones brotasen a menudo tremendas carcajadas de los residentes a horas bien tempranas, con gran asombro de los que oían el juvenil jolgorio desde fuera. Siempre supo hacer de su ingenioso humor un potente recurso docente.

Otro escenario en que observar al patólogo Juan Rosai en plena acción era en su despacho, en el momento de dar cada día respuesta a las decenas de consultas recibidas desde todo el mundo. Tras ser informado por el fellow del motivo de la consulta, mientras examinaba las preparaciones en el microscopio iba elaborando su diagnóstico diferencial y haciendo comentarios sobre las entidades a considerar. Con frecuencia, al llegar a este punto, se levantaba y se dirigía a las estanterías que cubrían las paredes, atiborradas de múltiples revistas de la especialidad dispuestas en volúmenes encuadernados.

De forma precisa seleccionaba un volumen, lo abría por una cierta página y mostraba a los presentes (residentes y visitantes) el artículo seminal sobre la entidad en cuestión. Mientras el volumen corría de mano en mano, él ya había localizado en sus archivos de diapositivas una imagen macroscópica de un caso similar, que el fellow proyectaba sobre una pantalla y él comentaba brevemente. Sin que el fellow hubiese tenido tiempo aún de extraer la diapositiva y apagar el proyector, ya estaba preguntando por el siguiente caso y así hasta verlos todos. Luego, sin más ayuda que su propia memoria, dictaba las cartas de respuesta a cada una de las consultas.

Todo ello en medio de frases en inglés, castellano o italiano dirigidas a los visitantes del día y conversaciones telefónicas en cualquiera de esas lenguas con cualquier punto del planeta. Más todo tipo de comentarios con los que, a propósito de las consultas, obsequiaba a los presentes. Sus explicaciones iban desde imaginativas hipótesis para proyectos de investigación hasta cómo se forma el plural latino de la palabra glomus (glomera) o cuáles son los gentilicios correspondientes a Santiago de Compostela (santiaguense o compostelano), Santiago de Cuba (santiaguero), Santiago de Chile (santiaguino) y Santiago del Estero (santiagueño). Tenía en la cabeza el mapa del mundo y situaba en él a un sin fin de patólogos y sus laboratorios, fuesen éstos una humilde cocina hogareña o un gran instituto.

Verlo escribir la séptima edición de Surgical Pathology (1989) fue una experiencia singular. Todo escrito a mano, directamente de su propia cosecha, insertando sobre la marcha las citas retenidas en su memoria, al tiempo que atendía otras muchas tareas. Cuando quería reproducir al pie de la letra alguna frase o figura de un artículo hacía una fotocopia del mismo, recortaba el párrafo o la imagen correspondiente y enganchaba el recorte al manuscrito. Eso es lo que se entendía entonces por corte y pega. Al terminar cada capítulo, una secretaria lo mecanografiaba, sin que faltasen luego los desencuentros con la editorial, donde alguien pretendía corregir el estilo de los títulos de las publicaciones citadas en la bibliografía.

Como hizo con las otras ediciones, él escribió el libro en su totalidad, salvo por algunos capítulos encomendados a otros autores. El lector podía así beneficiarse de una unidad de estilo y de un hilo común a toda la obra. Al estudiar el texto se adquiría una visión global de la patología y una forma de aproximarse al diagnóstico que era válida en todos los órganos. Un fenómeno curioso, común entre los oyentes asiduos del Dr Rosai, era que cuando estudiábamos el libro nos acompañaba mentalmente la voz del autor, con su inglés italianizante salpicado de tonos rioplatenses.

Y surge la pregunta, ¿pero de dónde sacaba tiempo y energía para todo? ¿Cómo podía persistir cómo patólogo enciclopédico, atender multitud de consultas, escribir la Biblia de la especialidad, publicar sin cesar artículos seminales, participar en cursos y congresos por todo el mundo, no perderse una gran ópera en el Metropolitan de Nueva York y seguir en detalle los campeonatos mundiales de fútbol? Su motivación, inteligencia, constancia, dedicación y capacidad de optimización del tiempo fueron los ingredientes que hicieron posible todo eso.

Al volver de sus viajes con frecuencia se dirigía directamente desde el aeropuerto Kennedy de Nueva York a su despacho en el Hospital Yale-New Haven, sin importar la hora. Allí, estimulado por un reguero de expresos hechos en su castigada máquina italiana, daba cuenta de lo atrasado y se adelantaba a lo venidero. Y aunque ese mundo de ayer, en el que floreció Juan Rosai como gran patólogo quirúrgico, ya no existe, sí que continúa vivo el espíritu innovador del maestro. Nuestro reto es adaptar a la realidad actual el ejemplo de sus mejores años y usarlo como guía en el asalto a las grandes oportunidades de la patología de hoy.

Hasta aquí las reflexiones que me inspiran los dos años en que tuve el privilegio de ser en Yale residente y fellow del Dr Rosai y mis posteriores contactos con él. Estas consideraciones personales, que pretenden hacer más cercano al maestro que se nos ha ido, serían muy incompletas sin una alusión al tremendo significado que tuvo Juan Rosai para el conjunto de la patología española.

Fue en el año 1974 cuando Juan Rosai aterrizó por primera vez en nuestro país para participar, como sustituto del Dr. Lauren Ackerman, en uno de los cursos del Dr. Lorenzo Galindo en el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau de Barcelona. Poco después participó en La Coruña en un curso organizado por el Dr. Jerónimo Forteza y allí lanzó la idea, con el Dr. Horacio Oliva, de fundar el Club Español de Linfomas, con el que estableció una fecunda y duradera colaboración. A partir de entonces jamás se interrumpirían sus vínculos con España.

En sus distintas etapas profesionales en Missouri, Minnesota, Connecticut, Nueva York y Lombardía, el Dr. Rosai mantuvo estrechas relaciones con patólogos españoles (Alberto Anaya, Antonio Cardesa, Félix Contreras, Jerónimo Forteza, Hugo Galera, Lorenzo Galindo, Ariel Gutiérrez, Antonio Llombart, Alfredo Matilla, José Navas, Francisco Nogales, Horacio Oliva, Javier Pardo, Jaime Prat, Ana Puras, Sergi Serrano y Luis Valbuena, entre otros), acogió en su departamento durante períodos de mayor o menor duración a compañeros deseosos de ampliar su formación (entre ellos Enrique de Álava, Míriam Cuatrecasas, Xavier Matias-Guiu, Santiago Ramón y Cajal, Juan Varela y yo mismo) y participó repetidamente en nuestros seminarios, cursos y congresos.

Entre otras pruebas de agradecimiento, la Sociedad Española de Anatomía Patológica (SEAP) le nombró socio de honor y le concedió en el año 2001 el Premio Río Hortega en el congreso de Pamplona. Asimismo, en una emotiva ceremonia apadrinada por Jerónimo Forteza y revestida de toda la pompa académica exigida por la ocasión, la Universidad de Santiago de Compostela lo nombró doctor honoris causa en 1999.

El último congreso de la SEAP en que participó Juan fue el de Zaragoza de 2011. Allí tuvimos la oportunidad de apreciar al gran maestro en una de sus mejores faenas de los últimos tiempos. Aquel apabullante aplauso que le dedicamos los patólogos españoles a orillas del Ebro resonará mientras vivamos. ¡Hasta siempre, Dr. Rosai!

Aurelio Ariza
Presidente de la SEAP-IAP durante el período 2007-2011
Catedrático y consultor senior de Anatomía Patológica
Hospital Universitari Germans Trias i Pujol
Universidad Autónoma de Barcelona

 

Buscar

Próximos Eventos

Buscar